Violentamente, el cuerpo de Heimann sucumbió ante la fuerte embestida; más allá del brutal golpe en su espalda al caer, sintió cómo dentro del pecho y del cráneo todos sus órganos parecían ser víctimas de la insoportable gravedad del planeta, comprimiéndose hasta casi destriparse. Bajo el doble fulgor de la abrupta atmósfera, articuló un trabajoso y sordo gemido. Vega, reponiéndose a su vez del embate, palpó su costado y comprobó que la abertura no era grande, y comenzaba a cerrarse rápidamente. De inmediato, aunque en un gesto totalmente inútil dada la manifiesta inmovilidad del otro, pateó el arma aún caliente fuera de alcance y miró al hombre tendido, aplastado contra el suelo grisáceo de la colina.
― No vas a... no podrás impedirlo... lo necesitamos ― Heimann observaba al ser atlético que se erguía a su lado, y le costaba reconocer al entusiasta integrante de la misión de asentamiento planetario, extraviada desde hacía un año. Tenía la piel turbia y las facciones volátiles; su cuerpo parecía una lámina... El cambio que se operaba en él era vertiginoso. El ser se agachó: no había ya ninguna huella del disparo en su costado. Una indefinible sensación de asco se apoderaba de Heimann, al experimentar el contraste de su fatigada quietud con la soltura del otro. La voz de Vega lo invadió, profunda, casi gutural.
― Es cierto; volverán a enviar exploradores, supuestos rescates, con la doble intención de llevarnos “a casa” y de apropiarse de este mundo. Los humanos siempre han sido obstinados ― deliberadamente Vega se excluía: su mente también había mutado ―, pero pronto estaremos mejor preparados para repeler cualquier intento de colonización.
― No… podemos darnos por vencidos, tú lo sabes…
― No hay nada que entender, su necesidad ya no es la nuestra… la especie humana es débil por naturaleza, sólo la hace sobrevivir su hambre, su desmedido afán de erigirse como única, incuestionable, sin haber hecho absolutamente ningún mérito para ello. Ustedes fueron incapaces de unirse con su mundo, hacerse uno solo y beneficiarse de esa simbiosis natural, y ahora que ya no pueden hacer nada para salvarlo su mejor opción es largarse, dejando atrás el basurero en el que convirtieron su planeta, y buscar otro más donde puedan comer hasta hartarse, culearse a sus mujeres y seguir estancados en su mísero escaño evolutivo… sólo basta recordar la arrogancia de asumir que todas las formas de vida en otros mundos debían presentar elementos humanos, como tener brazos o piernas, o depender de un aire con trazas de oxígeno para poder existir… ¡Pura mierda! ¡No miran más allá de su propio narcisismo…!
― Sin embargo tú tienes brazos, piernas… aún se adivina humanidad en tus rasgos…
Vega observó sus manos, que continuaban alargándose inexorablemente, tornándose filamentosas, y notó que sus palmas ya no tenían líneas: cualquier surco del destino se había borrado de ellas. Se enderezó y miró hacia el cielo, apreciando el esplendor del sistema estelar doble que irrumpía en la atmósfera.
― Sólo por ahora… pronto terminará nuestro proceso de fusión, y seremos parte de este ambiente, totalmente karyxanos, y habremos abandonado por fin esa patética configuración humanoide… No, definitivamente no podemos permitir que una horda de parásitos agnósticos se apropie de esta inmensa fuente de poder, de este mundo que acoge a sus criaturas y les provee toda su conciencia y su morfología, para hacerlas parte indisoluble de sí mismo…
― ¡Pero tú no eres una de sus criaturas, Vega, eres un ser humano! Todos ustedes lo son, la doctora Krauss, Bowell, si es que tu demencia no los ha asesinado.
― Todos tomamos la misma decisión, comprendimos y nos fusionamos con el planeta, y Él nos aceptó sin cuestionamientos. Ahora, a cada minuto sentimos el poder fluyendo por nuestro cuerpo, transformándonos en seres libres, despojados de todo límite corpóreo… pero tú no podrías entenderlo, ningún humano puede, tendrían que volver a nacer, tal como lo hicimos nosotros, y eso para ustedes es una utopía… Definitivamente, su destino es desaparecer, ser extirpados del Universo, y que sea borrada toda memoria de su absurda e inútil existencia, y yo voy a empezar por borrarte a ti y a tu burda tripulación.
Heimann hizo un último esfuerzo por liberarse de la sofocante atracción gravitacional. Vega observó que el mando central, en la muñeca del traje presurizado de Heimann, empezaba a parpadear y alzó la mirada, los ojos ya totalmente grises, hacia la planicie. Las blancas figuras se alejaban del módulo de aterrizaje con dirección a la colina, moviéndose torpe, difícilmente, como gusanos minúsculos en un recipiente de microscopio. Vega levantó entonces su pierna y la descargó con violencia sobre el visor del comandante caído. Bajo su pie, el cráneo de Heimann se disolvió dentro del casco como papilla para bebés. Luego irguió todo su cuerpo elástico y comenzó a hacerse tenue, a disiparse en la atmósfera; debía volver con los suyos, advertirles y prepararse para el siguiente paso. Casi sonrió al imaginar el rostro de Krauss y de Bowell cuando percibieran su nueva capacidad de transmutación… pronto hasta sería ubicuo, intangible, como el aire con el que se unían las partículas de su cuerpo. Este mundo estaba lleno de bellezas como ésa.