jueves, septiembre 22, 2005

Ese algo que está más allá de sus narices

La otra noche, por error, me tropecé con un programa aparentemente divertido, pues varios manes de la oficina hablan de él, llamado Factor X... casting efectuado por tres “estrellas” de la música de este país, con el fin de sacar a algún talento natural del anonimato.

Empezó bien, pero tras cinco segundos me dí cuenta de que el programa carga con el estigma del rating: los buscadores de talentos ejecutan parodias de los participantes, afectan un rigor postizo, y se empeñan por sacar comentarios que hagan quedar en ridículo a todo aquel que se les ponga enfrente. Una vez más, esquemas prediseñados para atrapar a la masa.

Me llamaron particularmente la atención dos casos: en uno de ellos, un joven aparentemente metalero realiza una impostación de voz gutural tipo hardcore; inmediatamente, el jurado que alguna vez fue cantante tropical amenaza con ahorcar a la protuberante reina de la tecnocarrilera, al tiempo que hace alarde de su mejor cara de payaso. En el otro caso, un man con voz parecida a la de Bunbury canta una melodía tipo ochentera, muy al estilo de Héroes del Silencio; el mismo folclórico bolerista dice muy campante que él no está para andar lidiando con locos. El sentido musical y de apertura de este señor es abrumador…

Yo me pregunto: ¿qué criterio de detección de talento pueden tener la representante de un género musical ficticio y decadente, un productor musical cuyas producciones jamás pegan ni se escuchan, y un intérprete obtuso que, después de tener sus respectivos y efímeros 15 minutos de relativa fama, divaga por los géneros en busca del talento perdido? Algunos dirán “Pues el criterio que los hizo famosos en su momento”... lean bien: en su momento; a no ser por su edad, estos tres personajes deberían ser considerados fósiles, restos de algún infortunado suceso musical equivalente a aquellos ridículos que hemos tenido en nuestra vida, de los cuales no queremos acordarnos ni por error. Si ellos saben algo de música, deberían aplicarlo a sus infaustas carreras, de modo que obtengan un final menos indigno que el de andar masacrando personas anónimas, que tienen el valor de pararse ante millones de desconocidos y tratar de afinar la voz en medio del terror que debe invadirlos.