martes, febrero 21, 2006

No creo en mitos

El tipo termina su trabajo, guarda los cambios y cierra la aplicación; extrae de su bolso el disco con los archivos, un dedo en el orificio, los restantes en el borde, alguna reminiscencia erótica, quizá... no, más bien un deseo insatisfecho, con esa cara es dificil, con tal actitud timorata, imposible. La tarde se cierra suavemente tras la ventana, el zumbido de la LG 52x acepta lujurioso lo que le han introducido.

Me distraigo entre tres líneas de código, ¿por qué diablos no contabiliza los intentos fallidos? Los clips se burlan de mi desde el escenario, detrás del panel de acciones, haciendo lo que les viene en gana. Es un mito, o más bien una tontería, pensar que los códigos tienen vida propia, y que uno lo que hace es sintetizar un poco de esa esencia vital, encerrarlos en unas cuantas líneas, de las que a veces se escapan y se rebelan, sin importarles un carajo tu esfuerzo...

No creo en mitos - me digo, y actúo. El if es reubicado, el for avanza por los límites impuestos, el recurso se ejecuta con limpieza. Recuerdo una frase en clase con los primíparos de informática el semestre pasado: "El computador no hará nada que tú, o alguien más, no le diga que haga... así que dejen de decir 'aquí lo tenía y se me borró.'" Es inevitable una leve sonrisa.

Se activa la ventana escarlata en el primer computador de la fila, el nombre de un pirómano histórico resalta en ella, nada más adecuado; algo de razón tenía aquel jurado que preguntó a unos muchachos, que sustentaban un intérprete de pseudocódigo como tesis de grado, el por qué del nombre PilatoX. La lavada de manos de los expositores fue olímpica, memorable. Sin querer el jurado forjó una leyenda universitaria... Los archivos entran a la ventana a regañadientes, el tipo selecciona 52x, máxima velocidad, clic en Quemar.

No creo que haya habido nunca una reacción tan coordinada en la oficina: el estallido llega a cada oido al mismo tiempo, el suelo se cubre de cuerpos y algunas esquirlas plateadas caen sobre nosotros. Alcanzo a ver el miedo en la cara de un compañero, tendido a dos pasos de mi...

Los segundos son largos, por lo menos para mi, antes de levantarnos, sacudirnos la ropa y la estupidez (bueno, en este país esa reacción es perdonable) y comprobar lo que ha pasado. El tipo es moreno del cuello para abajo, su cara está amarilla, los ojos parecen no tener pupilas, ni iris, ni conciencia. A su lado, la LG 52x humea, totalmente desflorada, ¿será que las máquinas reflejan a sus creadores? El PC no es obra de una mujer, recuerdo. Carcajadas, más palidez en la cara (parece increíble, pero es cierto, casi raya en la verdosidad), amenazas para azararlo, la cosa, afortunadamente, no va más allá de una unidad sin lente, sin vida. Se ha comprobado un mito, es una lástima que la Panasonic aún esté sin estrenar, en el gabinete de los implementos de la oficina.

Tengo un pedazo del disco en mis manos, no es más grande que una USB, pero se alcanza a leer la palabra Rekordable (malditas kas, están destrozado nuestro lenguaje y nuestras máquinas)...

No creo en mitos, recuerdo. Pero bueno...

viernes, febrero 10, 2006

Pasteles de nata con fresas

A propósito del reconocimiento otorgado por los escritores asistentes al Hay Festival de Cartagena (al que por compromisos laborales, y por coincidir con el recordatorio que año tras año me hace el Gran Conspirador de su inexorable tarea, no pude asistir) a su colega Roberto Fontanarrosa, me he dado a la tarea de conocer un poco más de su trabajo, del que sólo tengo referencias por un personaje de mi niñez: Boogie el Aceitoso.

Hasta ahora la búsqueda de sus textos en la red y en las librerías de la ciudad ha resultado infructuosa, pero en cambio he vuelto a encontrar varias de las perlas que el matón de mirada lineal ha soltado para satisfacción de sus lectores; he aquí una de ellas:








Cómic vía La web de Fontanarrosa