jueves, octubre 25, 2007

Mi hermano y yo

La madrugada de un sábado, hace poco más de dos años, un canto vallenato nos despertó a todos. Mis hermanos y mi vieja se levantaron para descubrir un carro último modelo parqueado en frente, con las puertas convenientemente abiertas para dejar brotar la voz de Villazón y el acordeón de Lallemand. Era su más reciente álbum, y a pesar de que decidí permanecer en la cama [las sábanas a las 4:30 a.m. tienen un poder de sujeción extraordinario], me era imposible ignorar las buenas canciones, y la certeza de que alguien había venido a reposar los tragos en la terraza de nuestra casa.

Ahora, ningún otro álbum vallenato me hace entristecer más que El Poder del Amor, y en particular las canciones El Caramelito y Cuando Quieras Quiero; eran las que más repetía Jader esa madrugada, mientras su jefe, vencido, dormía la borrachera en el puesto trasero del carro y él, con ese poder de sinceridad que da el alcohol, aconsejaba a mis hermanos, comentaba con mi vieja las andanzas de mi padrastro [su papá], y se ofrecía para ayudarme con un trabajo en la universidad en la que él ocupaba un buen cargo administrativo. La suerte le estaba sonriendo desde hacía un buen rato.

Solían confundirnos como hermanos, pues para la mayoría de la gente teníamos un enorme parecido, tanto en el físico como en la forma de actuar. Nunca se lo dije, pero me gustaba ese malentendido, sentirlo mi hermano de sangre, pues era un hombre con bastante madurez para su edad [era dos años menor que yo] y que sabía lo que quería y cómo conseguirlo, cualidades de un carácter fuerte y honesto. Esa fortaleza nos llevó a enfrentarnos más de una vez, de niños o de adultos, cuando jugábamos al fútbol, cuando competíamos en bicicleta o cuando aquella jugarreta de la moto [¿te acuerdas, viejo?]… pero siempre había alguien presto a impedir que llegáramos a los puños, y después del reconcilio nos reíamos de tales tonterías, entre cerveza y cerveza, con la voz de Poncho de fondo, que es el mejor linimento y la mayor complicidad de todos…

Jader encontró la muerte en una de esas madrugadas de tragos, en ese mismo carro e igualmente acompañado de su jefe, cuando, según la versión oficial, se los comió una curva a casi 200 kilómetros por hora, mientras regresaba a Sincelejo, donde debía trabajar al día siguiente [la versión extraoficial dice otras cosas, de las cuales espero que su jefe, conductor del carro y milagroso sobreviviente, tenga la conciencia tranquila]. Desde entonces, julio es sinónimo de dolor para nuestra familia.

Empecé a escribir esta esquela mientras las notas de El Caramelito fluían del equipo de sonido. Y el nudo en la garganta se me confunde con el frío de esa madrugada, y a través de los ojos que inevitablemente se me humedecen lo veo sentado en la terraza de mi casa, con la camisilla blanca y las palabras pastosas por el ron, y mientras mi cuñado canta la letra a la par de Villazón, una vez más me duele todo el tiempo que perdimos, todo lo que no vivimos, y todas las cosas que se nos quedaron por decir.

Y a pesar de lo tardío de esta nota, sé que lo sabes, viejo Jader: ahora y siempre te recuerdo, mi hermano…

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Querido amigo, lo acompaño espiritualmente, tal vez en algun momento podamos reunirnos con los que se fueron. se que no hay palabras para confortar. que la luz te ilumine siempre y nunca te abandone.

xmarilyn dijo...

Tambien pienso que no tendria sentido no reunirnos nunca mas con aquellos a quien tanto admiramos y amamos.
No solo no tendria sentido, si no que a veces siento que la naturaleza no es injusta, y siempre hay un balance...
segui escribiendo, que ayuda mucho, y que lo haces bien.
un abrazo, marilyn